Suelo pensar que mis problemas son los únicos que suceden en el universo. Me sorprende el egoísmo que pretende contraer cada instante sobre mí. Ese ruidoso alarde de querer centrar la atención sobre las pequeñeces que me han hecho sucumbir en tantas ocasiones, problemas que a los ojos del Creador no pasan de una brizna que apenas si mueve un par de frágiles hojas, pero que yo les confiero la magnitud y vida que ellos, nunca, por sí mismos tendrían.
Es vergonzoso caminar entre personas que reflejan en su rostro el peso de circunstancias que verdaderamente ponen en juego su estabilidad (física, emocional, laboral, etc.), y que ante la pregunta: ¿Cómo lo vas a enfrentar? ¿Qué vas a ser? Te regresan una confiada sonrisa seguida por un Dios proveerá, o será lo que Dios quiera, palabras que no sólo resuenan en los labios, palabras que son respaldadas por la esperanza, esa que jamás defrauda y que una sóla persona te puede ofrecer: Jesús.
"Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos." Deuteronomio 8:2
Piénsalo.